5 de noviembre de 2011

Los cementerios de Cernuda

Luis Cernuda en 1937 por Gregorio Prieto.
A principios de noviembre, la visita a los camposantos evoca infinidad de fúnebres poemas: “En un cementerio de lugar castellano” de Unamuno, “Cementerio en Broadway” de Juan Ramón Jiménez, “Cementerio de 1800” de Agustín de Foxá, etc.

A este respecto, sin duda, uno de los poetas de nuestro siglo XX que con más profusión y hondura ha tratado el tema funerario en su obra es el sevillano Luis Cernuda (1902-1963).

Al menos cuatro poemas cernudianos versan directamente sobre camposantos: “Cementerio en la ciudad”, “Elegía anticipada”, “El cementerio” y “Otro cementerio", a los cuales cabría añadir por su proximidad temática “Dos de noviembre”.

En esta serie de poemas de cementerio, aborda Cernuda, desde luego, los motivos centrales de su mundo poético, tales como la muerte, la creación artística, la soledad, el olvido, etc.

La mayoría de estos poemas tienen un planteamiento inicialmente descriptivo y presentan al cementerio como un jardín antiguo o un jardín cerrado caracterizado con otros ingredientes temáticos frecuentes en la lírica cernudiana: los árboles, el canto de aves, muros, evocaciones históricas, etc.

Este tema del jardín cerrado como lugar paradisíaco y aislado de mundanales preocupaciones resulta, desde luego, recurrente en la creación literaria de Cernuda. Así, entre los poemas en prosa recogidos en Ocnos (1942), el autor dedica una bella estampa a un “Jardín antiguo”:

“Se atravesaba primero un largo corredor oscuro. Al fondo, a través de un arco, aparecía la luz del jardín, una luz cuyo dorado resplandor teñían de verde las hojas y el agua de un estanque. (…)
En el silencio circundante, toda aquella hermosura se animaba con un latido recóndito, como si el corazón de las gentes desaparecidas que un día gozaron del jardín palpitara al acecho tras las espesas ramas”.

Asimismo, en su narración breve El viento de la colina (1938), Cernuda nos presenta la “huerta abandonada” de un palacio:

“Un jardinero de la ciudad la cuidó años atrás, y sus viejas manos, expertas en acariciar raíces y pétalos, intentaron trazar un jardín cortesano entre aquellas tapias rudas que en primavera se adornaban de campanillas azules”.

A lo largo de su obra poética también resulta notable la presencia de este simbolismo del jardín como dichosa arcadia de sensual naturaleza, cuya quietud se ve hostigada por el paso del tiempo. Así, en sus Primeras poesías (1924-1927), la composición XXIII comienza con la siguiente estrofa:

“Escondido entre los muros
Este jardín me brinda
Sus ramas y sus aguas
De secreta delicia”.

Sin embargo, las sombras nocturnas avanzan y acaban con el gozoso instante: “Mas el tiempo ya tasa / El poder de esta hora”.

En su siguiente poemario, Égloga, elegía, oda (1927-1928), ambos temas, idílico jardín y tiempo fugaz, confluyen en la primera visita poética al cementerio. Se trata del “Homenaje” a un poeta cuyo nombre no se menciona, composición que comienza con una descripción de la tumba visitada:

“Ni mirto ni laurel. Fatal extiende
Su frontera insaciable el vasto muro
Por la tiniebla fúnebre…”.

Pese al tiempo y la muerte, la gloria del poeta mantiene viva su palabra: “Siempre joven su voz, late y oscila, / Al mundo de los hombres va cantando”.

Sin embargo, Cernuda no se engaña respecto de la inmortalidad artística y se pregunta por la finitud terrenal del poeta homenajeado:

“Mas el vuelo mortal tan dulce ¿adónde
Perdidamente huyó? Deshecho brío,
El mármol absoluto en un sombrío
Reposo melancólico lo esconde”.

Concluye, así, Cernuda que la voz del poeta es tan sólo un eco pues “ya no siente / Quien le infundió tan lúcida hermosura”.

Bien, demos un salto en la evolución poética de Cernuda y situémonos en la madurez creativa de Las nubes (1934-1940). Ya en este punto de su obra, el autor franquea la frontera divisoria entre vivos y muertos, de manera que dirige sus palabras directamente a los difuntos o atribuye a éstos cualidades sensoriales y vitales.

En este poemario el tema de la muerte es recurrente y suele presentarse desde una perspectiva positiva como delicado olvido y triunfante liberación de la sórdida existencia.

Esta idea de plenitud de la muerte sobre la vida se expresa abiertamente en la conclusión de “Lázaro” o en el homenaje “A un poeta muerto”:

“La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de su vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables”.

Similar concepto esperanzado de la muerte se repite en el Epitafio de “La Adoración de los Magos”:

“La delicia, el poder, el pensamiento
Aquí descansan. (…)
Ahora la muerte acuna sus deseos,
Saciándolos al fin…”.

Cernuda se aleja de la amarga existencia y se acerca “A Larra con unas violetas” para encontrar comprensión entre los ausentes: “Quien habla ya a los muertos / Mudo le hallan los que viven”.

Otras imágenes de la muerte en este poemario son más cercanas a su experiencia vital directa y muestran una imagen menos acogedora de la muerte.

Como es sabido, Cernuda acompañó al niño José Sobrino en sus últimos instantes de vida y al pudoroso y digno fallecimiento de este muchacho vasco, exiliado en Inglaterra, dedicó “Niño muerto”.

En esta composición imagina el poeta que el niño difunto puede oír a través de la tierra que le cubre y recordar también sus días pasados en el mundo:

“Si llegara hasta ti bajo la hierba
Joven como tu cuerpo, ya cubriendo
Un destierro más vasto con la muerte,
De los amigos la voz fugaz y clara,
Con oscura nostalgia quizá pienses
Que tu vida es materia del olvido”.

Concluye el poema Cernuda mostrando su melancólica piedad hacia el difunto y su deseo de acompañarle en su solitario olvido: “Profundamente duermes. Mas escucha: / Yo quiero estar contigo; no estás solo”.

La preocupación por la soledad de los muertos y la atribución de capacidades perceptivas a éstos también está presente en “Cementerio en la ciudad”. 

Como suele ocurrir en los poemas de cementerio cernudianos, la composición comienza por una visión inicial del campo santo desde la verja de entrada:

“Tras de la reja abierta entre los muros,
La tierra negra sin árboles ni hierba…”

Tras esta presentación del recinto mortuorio, el poeta gira su vista por el barrio que rodea al cementerio:

”En torno están las casas, cerca hay tiendas,
Calles por las que juegan niños, y los trenes
Pasan al lado de las tumbas…”

Por un momento, la descripción del lugar funde en una coincidente estampa las fachadas con ropa tendida o con borrosas lápidas:

“Como remiendos de las fachadas grises,
Cuelgan en las ventanas trapos húmedos de lluvia.
Borradas están ya las inscripciones
De las losas con muertos de dos siglos…”

A continuación de este primer movimiento descriptivo del poema, Cernuda especula con el estado de ánimo de estos antiguos muertos: “Mas cuando el sol despierta, / (…) / En lo hondo algo deben sentir los huesos viejos”.

Enclavado en el seno de un sórdido barrio con humo de fábricas, tráfago de trenes, voces de taberna, etc., para estos antiguos y anónimos difuntos este cementerio no es el apacible jardín donde encontrar “el sueño silencioso de la muerte”:

“Ni una hoja ni un pájaro. La piedra nada más. La tierra.
¿Es el infierno así? Hay dolor sin olvido,
Con ruido y miseria, frío largo y sin esperanza”.

Se cierra el poema con una invocación directa de Cernuda a los inquilinos de este cementerio, en la que muestra su compasión hacia estos extintos y olvidados seres humanos:

“No es el juicio aún, muertos anónimos,
Sosegaos, dormid; dormid si es que podéis”.

A continuación de este poema y en acusado contraste con el yermo y sórdido lugar descrito, en el poemario que nos ocupa aparece “Jardín antiguo”, evocación del risueño jardín tantas veces recordado en su obra:

“Ir de nuevo al jardín cerrado,
Que tras los arcos de la tapia,
Entre magnolios, limoneros,
Guarda el encanto de las aguas”.

En la siguiente entrega poética de Cernuda, Como quien espera el alba (1941-1944), son tres los cementerios visitados por el poeta.

En primer lugar, nos encontramos con una nocturna visita a “Las ruinas”, bañadas en luz lunar e invadidas por la naturaleza circundante:

“Silencio y soledad nutren la hierba
Creciendo oscura y fuerte entre ruinas…”

Arcos, plazas, columnas, altares… permanecen incólumes en ausencia de sus creadores: “Todo está igual, aunque una sombra sea / De lo que fue hace siglos mas sin gente”.
Entre las ruinas se distingue una “avenida de tumba y cipreses” y en este cementerio perdura el ajuar funerario de sus ausentes muertos:

“En las tumbas vacías, las urnas sin cenizas,
Conmemoran aún relieves delicados
Muertos que ya no son sino la inmensa muerte anónima,
Aunque sus prendas leves sobrevivan:
Pomos ya sin perfume, sortijas y joyeles…”

Las ruinas muestran que los mortales somos de naturaleza frágil pero capaces de concebir lo eterno y, en consecuencia, “aptos para crear lo que resiste al tiempo”.

A continuación, se dirige el poeta a Dios para reprocharle la injusticia de habernos hecho perecederos al tiempo de infundirnos la sed de eternidad: “Para morir, ¿por qué nos infundiste / La sed de eternidad…?”

Acto seguido, se responde el autor a esta cuestión negando la existencia de Dios y sublimando la transitoria vida humana por su efímera manifestación de la belleza. Las ruinas en su abandono son, así, una clara demostración de lo que es la vida: “Delirio acaso hermoso cuando es corto y es leve”.

Se convierte así el poema, finalmente, en un melancólico canto a la débil naturaleza humana, triunfante en sus limitaciones sobre el omnímodo poder divino: “El afán de llenar lo que es efímero / De eternidad, vale tu omnipotencia”.

Desde su exilio inglés, evoca un idílico cementerio andaluz en “Elegía anticipada”. La primera estrofa del poema nos ofrece una visión panorámica del privilegiado enclave de este campo santo:

“Por la costa sur, sobre una roca
Alta junto a la mar, el cementerio
Aquel descansa en codiciable olvido
Y el agua arrulla el sueño del pasado”.

En la segunda estrofa, Cernuda nos sitúa, como de costumbre, en la verja de entrada al recinto para ofrecernos la estampa de un apacible y armonioso jardín:

“Desde el dintel, cerrado entre los muros,
Huerto parecería, si no fuese
Por las losas, posadas en la hierba
Como un poco de nieve que no oprime”.

Formula, a continuación, el autor su deseo de que “tras la muerte, / Quieres estar allá solo y tranquilo”.