27 de diciembre de 2011

El asesinato de Prim según Foxá

Prim por Luis Madrazo, 1870 (detalle).
El más misterioso magnicidio de nuestra historia atentó contra la vida del general Prim el 27 de diciembre de 1870, en la calle del Turco de un Madrid mullido por la nieve y expectante ante la próxima entrada del nuevo rey Amadeo I.

El atentado contra Prim fue el primero de la trágica serie de asesinatos de jefes de gobierno español. Antonio Cánovas del Castillo (1897), José Canalejas (1912) y Eduardo Dato (1921) continuarían esta desdichada serie en años posteriores.

A diferencia de estos otros magnicidios, en el caso de Prim nunca se supo quiénes fueron los responsables e instigadores del asesinato, cuyas circunstancias han quedado así envueltas en un aura de premoniciones y sospechas.  

El conocido romance popular sobre el crimen se hacía eco de esta misteriosa  impunidad con que se habría de archivar la causa judicial:

“En la calle del Turco / ya mataron a Prim
sentadito en su coche / con la Guardia Civil.
Seis tiros le tiraron / a boca de cañón.
¿Quién sería el infame? / ¿Quién sería el traidor?”

Pocos episodios de nuestra historia tan novelescos han tenido, sin embargo, tan escaso eco en nuestra literatura, a excepción de Galdós y Foxá. El primero de estos autores relató el acontecimiento en los últimos capítulos de su episodio nacional España trágica (1909).

Años después, Agustín de Foxá (1906-1959) publicaría en ABC una preciosista miniatura literaria sobre el asesinato de Prim, “En la calle del Turco / le mataron a Prim” (1934), artículo titulado como el romance sobre este suceso histórico.

El mismo episodio, naturalmente, es referido por extenso en la novelesca biografía de Prim que publicó el barcelonés José María  Miquel y Vergés (1903-1964) en su exilio mexicano, con el título de El General Prim en España y en México (1949).

Ya en la actualidad, el cordobés José Calvo Poyato (1951) ha publicado Sangre en la Calle del Turco (2011), novela de intriga y aventuras sobre la época del general Prim.

A lo largo de su dilatada carrera política y militar, el general Juan Prim y Prats (1814-1870) fue uno de los principales conspiradores y espadones del reinado de Isabel II.

Encumbrado a temprana edad como militar valeroso en la Primera Guerra Carlista, se significó a partir de 1840 como destacado diputado progresista con un creciente protagonismo en las complejas intrigas políticas de la época. 

Momentos estelares de su carrera política fueron su nombramiento como Capitán General de Puerto Rico (1847-1848), su triunfal participación en la Primera Guerra de Marruecos  (1859-1860) y su clarividente actuación militar y diplomática en México en 1862.

Tras derrocar a Isabel II en la Revolución de 1868, la Gloriosa, Prim ocupó el cargo de Presidente del Consejo de Ministros y se convirtió en árbitro de la política nacional y supremo hacedor de reyes. Se mostró partidario de la monarquía constitucional al tiempo que se opuso a la restauración de la dinastía de los Borbones.

En noviembre de 1870, al final de un arduo proceso de selección del candidato idóneo, Prim logró imponer en las Cortes a Amadeo de Saboya como nuevo rey de España, granjeándose, así, la enemistad tanto de sus antiguos aliados republicanos como de los partidarios de la restauración borbónica en la persona del duque de Montpensier.

El atentado contra Prim se produjo en vísperas de la llegada del nuevo rey a Madrid y, a la postre, habría de cambiar el curso de la historia, al eliminar al gran valedor de Amadeo I y convertir en inviable la solución dinástica de los Saboya.

Fueron numerosos y poderosos los interesados en acabar con el omnímodo poder de Prim en la época: republicanos, partidarios de Montpensier, partidarios de la reina depuesta Isabel II, el regente general Francisco Serrano, etc. Estas circunstancias hacen compleja la atribución de la responsabilidad del magnicidio, a la vez que abonan interpretaciones de complots urdidos desde altas esferas para acabar con su vida.

No faltan en las circunstancias del atentado, tampoco, las advertencias de rivales y premoniciones de amigos. Un diputado republicano que, al abandonar Prim las Cortes en la tarde del 27 de diciembre, le recomienda: “Vuelva a casa por otro camino”; otro diputado también republicano que responde a una broma de Prim con una enigmática amenaza: “Mi general, a cada uno le llega su San Martín”…

Otro ingrediente novelesco del atentado fue el fantasioso “telégrafo fosfórico”, una cadena de conspiradores situados en las esquinas que encendían cerillas para avisar del paso de la berlina de Prim.

En la calle del Turco encontró el vehículo de Prim su camino obstruído por otro carruaje, seis asaltantes dispararon sus trabucos sobre Prim y sus acompañantes Moya y Nandín al grito de “¡Fuego, puñeta, fuego!” El cochero consiguió, finalmente, reemprender la marcha y un acribillado y tambaleante Prim pudo subir por su propio pie las escaleras de su casa.

Ninguna de sus heridas, sin embargo, resultaba mortal y, sin embargo, la incompetencia de los médicos que le atendieron dio lugar a que falleciese el día 30 a consecuencia de una infección galopante. Hasta el cuarto día, inexplicablemente, no se avisó al eminente cirujano Sánchez Toca, quien dictaminó tras su consulta: “Me traen ustedes a ver un cadáver”.