12 de agosto de 2011

Dos odas españolas a la Defensa de Buenos Aires

Pretendemos sumarnos a la reciente conmemoración del 205 aniversario de la Reconquista de Buenos Aires en agosto de 1806, con el recordatorio de dos odas españolas inspiradas por la heroica resistencia colonial a las invasiones inglesas de la época. Se trata de dos extensos poemas compuestos al calor de los acontecimientos históricos por el sevillano Alberto Lista (1775-1848) y el zamorano Juan Nicasio Gallego (1777-1853).

Santiago de Liniers.
Sabido es que, tras la derrota franco-española en Trafalgar en 1805, se sucedieron en las colonias españolas del Río de la Plata una serie de invasiones inglesas que tuvieron el efecto de incorporar la región a las Guerras Napoleónicas.

Inglaterra perseguía con este hostigamiento a nuestras colonias no sólo debilitar a un aliado napoleónico sino, además, ampliar su influencia americana, muy mermada después de la independencia de los Estados Unidos de América en 1783.

En la primera de las invasiones inglesas, en 1806, las tropas británicas ocuparon Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, durante 45 días y un ejército proveniente de Montevideo al comando de Santiago de Liniers consiguió la Reconquista de la ciudad.

Rafael de Sobremonte.
En la segunda de las invasiones, en 1807, los británicos tomaron inicialmente Montevideo y fueron rechazados en su intento de ocupar Buenos Aires gracias a la brava Defensa popular de la ciudad porteña.

Siguiendo la estela de las numerosas composiciones poéticas inspiradas en la batalla de Trafalgar, Alberto Lista y Juan Nicasio Gallego dedicaron sendas odas a ambas victorias españolas sobre las amenazas británicas. En relación con la Reconquista y Defensa de la ciudad, Lista  escribió su oda “A  la Restauración de Buenos Aires en 1806” (pese al titulo, el poema se refiere a hechos históricos acaecidos en 1806-1807). En relación con la segunda invasión británica, Gallego compondría su canto “A la Defensa de Buenos Aires (1807)”.

El poema de Lista “A  la Restauración de Buenos Aires…” está compuesto por una serie de sextetos de versos heptasílabos y endecasílabos, con rima en los dos versos finales de cada estrofa.

Martín de Álzaga.
La composición del poeta sevillano comienza con una pregunta retórica: “¿Quién roba de mi cítara suave / las rosas, que algún día / Venus, Cupido y Febo le ciñeron?”. Anuncia, así, nuestro autor que abandona la temática amorosa porque a su inspiración reclama “el lauro refulgente / en vez del mirto que adornó mi frente”. De esta manera, Lista sustituye el habitual mirto del amor por el lauro, símbolo de la victoria.

Lista continúa interrogándose acerca de qué hecho glorioso habrá captado de forma tan inesperada su atención y descubre, finalmente, que un grito:

 “…desde el margen apartado
del Paraguay inmenso
vuela sobre los golfos de Occidente:
victoria, clama, a la indomable España;
y el eco repetido
la playa aterra de Albión vencido”.

Cruce del Riachuelo por Beresford en 1806 (detalle).
A partir de esta introducción, el poema narra con detalle histórico los sucesos de la Reconquista de Buenos Aires en 1806, siempre en clave de enfrentamiento entre “los fieros de Albión” y “la indomable España”.

Así, dirigiéndose a Buenos Aires con el calificativo de “reina del Paraguay”, Lista recuerda los hechos de la rendición de la ciudad a los invasores ingleses el 27 de junio de 1806:

“Tú en tus murallas dominar los viste,
metrópoli opulenta,
reina del Paraguay (…)
De la traición, no del valor vencida,
su yugo padeciste;
allí cantaron himnos de victoria
los fieros de Albión; de tus tesoros
su codicia saciaron,
y el cetro de la América empuñaron”.

Whitelocke planea su ataque en 1807. Francisco Fortuny.
Tras unos meses de dominio británico, el 12 de agosto las tropas organizadas por Santiago de Liniers asaltaban Buenos Aires. Se desató así una batalla campal que acorraló a los ingleses en el Fuerte de la ciudad y concluyó con la rendición del general inglés William Carr Beresford el 20 de agosto de 1806.

A este episodio bélico de la Reconquista de Buenos Aires, nuestro poema se refiere en los siguientes términos:
“Empero ¿cuál cohorte valerosa
a tus muros se acerca?
Llega, combate, aterra; el orgulloso
que  nuevos triunfos de ambición soñaba,
humilde gime ahora
y la piedad del vencedor implora.
Ilustres vencedores, ya respira
la América angustiada;
ya el tirano del húmido tridente
huye al seno del mar…”.

Los ingleses atacan Buenos Aires y son rechazados en 1807.
Tras su derrota, la flota británica continuó, no obstante, con su bloqueo a los puertos del Plata, esperó refuerzos provenientes del Cabo de Buena Esperanza y, finalmente, el 3 de febrero de 1807 tomaba Montevideo. Ya en julio de 1807, un formidable ejército inglés dirigido por el comandante John Whitelocke ponía sitio a la ciudad de Buenos Aires.

Lista se refiere a estos acontecimientos de la segunda invasión británica en los siguientes versos de su poema:

“Ay! que ya de guerreros nuevo enjambre,
en ira y rabia ardiendo,
la tierra infesta apenas libertada.
(…)
Sí, que ya marcha en escuadrón cerrado
de innumerable gente,
no a lidiar, a rendir; viene en su furia
imágenes sombrías meditando
de robo y de matanza,
a saciar su rencor en la venganza”.

Primera invasión inglesa de Buenos Aires.
Tras la Reconquista de la ciudad, Buenos Aires, sin embargo, se había reorganizado. El virrey Rafael de Sobremonte fue destituido por el cabildo de la ciudad y, en su lugar, fue designado Santiago de Liniers.

El nuevo virrey emitió una conocida proclama instando a la población a organizarse en diversas milicias urbanas, separadas según sus distintos orígenes geográficos: [i]


“Vengan, pues, los invencibles cántabros, los intrépidos catalanes, los valientes asturianos y gallegos, los temibles castellanos, andaluces y aragoneses; en una palabra, todos los que llamándose españoles se han hecho dignos de tan glorioso nombre. Vengan, y unidos al esforzado, fiel e inmortal americano, y a los demás habitadores de este suelo, desafiaremos a esas aguerridas huestes enemigas que (…) amenazan envidiosas invadir las tranquilas y apacibles costas de nuestra feliz América”.

Ingleses apoderándose de caudales del Virreinato en 1806. Fortuny.
Esta valerosa unión de españoles, americanos y “demás habitadores de este suelo” planteó una heroica Defensa de Buenos Aires y dio al traste con los planes de ocupación inglesa. El 7 de julio de 1807, el general Whitelocke hubo de capitular, aceptando la condición de la retirada inglesa de Montevideo.

A esta Defensa de la ciudad por parte de la milicia popular, Lista dedica sus más encendidos versos:

“Volvieron, sí; mas en la lucha fiera
otra vez encontraron
hijos de España. (…)
El pueblo, sus hogares defendiendo,
al soldado se iguala,
y el soldado a los héroes; truena ardiente
el cañón, y en mil ecos alternado
su horrísono estallido
dilata hasta los Andes el sonido”.

El mayor Belgrano en acción bélica. Tomás del Villar.
La participación activa de la población porteña en la Reconquista primero y al año siguiente en la Defensa supuso, en el fondo, una demostración de la incapacidad española para defender sus colonias y, sobre todo, aumentó la influencia de los líderes criollos y alentó la causa independentista. De hecho, muy pocos años después, con la Revolución de Mayo de 1810, Argentina alcanzaría su efectiva emancipación de la metrópoli española.

En su oda, sin embargo, Lista se limita a tratar la disputa por el control de Buenos Aires como una cuestión tan sólo relativa a ingleses y españoles:

“En sus armas y número confía
el escuadrón britano,
y ardiendo en saña el animoso ibero
en su constancia y su valor…”.

Desde este punto de vista, la victoria final será exclusivamente atribuible a los españoles:

“Cayó el tirano en fin: ¡victoria a España!
¡a los ilustres hijos
del Ebro y Tajo inmarcesible gloria!”

Beresford entrega su espada a Liniers en 1806. C. Fouqueray.
Sin embargo, no alientan la pluma de Lista prejuicios coloniales sino otro tipo de propósitos. En primer lugar, el episodio bélico del Río de la Plata ha inspirado su numen como una reparación por la reciente derrota que “Albión sangriento” había infligido a España en sus mismas costas peninsulares:

“De Trafalgar los manes insepultos
las playas recorrieron,
y en la lid sus espadas dirigieron”.

El puerto de Buenos Aires en 1823.
Y en segundo lugar, Lista pretende extraer una lección política del comportamiento popular en la Reconquista y Defensa de Buenos Aires. A su juicio, si el pueblo español aplicase su probado valor a la causa de la libertad, estaría en su mano acabar con siglos de infortunio y esclavitud:

“¿Cuál tu suerte será? Si tu cadena
alguna vez rompieses,
y esa constancia indómita animase
la santa libertad, ay! aquel día
en sempiterno abismo
se hundirá el insolente despotismo”.

Plaza de la Victoria en Buenos Aires.
¡Qué lejos estaba Lista, por aquel entonces, de sospechar que el pueblo español habría de alzarse muy pronto en armas contra la invasión francesa en la Guerra de la Independencia (1808-1814)!

Y en aquellos años convulsos de coaliciones internacionales variables, ¡cuánta desorientación habría de experimentar nuestro poeta acerca de cuál era el verdadero enemigo del pueblo español! ¡Cuántos vaivenes entre su oda “A  la Restauración de Buenos Aires…”, su canto a “La victoria de Bailén”, su condición de afrancesado…!

Arco de la Recova Vieja. Leonnie Matthis.
La composición que Juan Nicasio Gallego dedicó “A la Defensa de Buenos Aires” está formada, igualmente, por una combinación irregular de versos heptasílabos y endecasílabos, en los que la rima es más frecuente que en el caso anterior. Asimismo, ofrece el poema de Gallego un aliento más lírico y apasionado que la oda de Alberto Lista.

Tras una invocación inicial a la patria, “deidad augusta”, Gallego desarrolla una emotiva y pormenorizada exposición de los sucesos históricos de la Defensa de Buenos Aires en 1807. El punto de partida poético nos presenta al pacífico americano amenazado por el ambicioso inglés:

“…no lejos las britanas proras
Viera el indio pacífico asombrado
Sus costas invadir, y furibundo
Al hijo de Albión, que fatigado
Tiene en su audacia y su soberbia al mundo”.

La Catedral de Buenos Aires en 1829. C. H. Pellegrini.
Gallego alude a la toma de Montevideo, “que ya amarrado a su cadena gime” y se refiere, a continuación, a los planes ingleses de invasión de Buenos Aires: “El anglo codicioso / La rica población domar anhela”.

Con rico lenguaje, constante adjetivación y elegante hipérbato, Gallego describe el desembarco de tropas inglesas en las proximidades de Buenos Aires:

“Ya la soberbia armada
Batiendo el viento la ondeante lona,
Vuela, se acerca y a la corva orilla
Saltan las tropas. Ostentoso brilla
El padre de la luz, y a los reflejos
Con que los altos capiteles dora,
La se de su ambición la  faz colora
Del ávido insular…”.

Cabildo desde la Recova. Essex Vidal. 1817.
Acorde con la magnitud de la amenaza, resulta el henchido tono con el que se presenta la respuesta del continente invadido:

“Álzase en tanto, cual matrona augusta,
De una alta sierra en la fragosa cumbre
La América del Sur…”.

Sin embargo, al presentar a esta simbólica América del Sur dispuesta al combate, Gallego se cuida de señalar que su atavío no es el de un pintoresco indígena, sino el de un aguerrido y bravo español:

“No ya frívolas plumas
Sino bruñido yelmo rutilante,
Ornan su rostro fiero.
Al lado luce ponderoso escudo,
Y en vez del hacha tosca o dardo rudo
Arde en su diestra refulgente acero”.

La Plaza de la Victoria (frente al sur). C. H. Pellegrini.
Resuena entonces el llamamiento bélico de la simbólica América del Sur arengando a la Defensa de Buenos Aires:

“¡Españoles!, clamó: cuando atrevido
Arrasar vuestros lares amenaza
El opresor del mar, a quien estrecho
Viene el orbe, ¿será que en blando lecho
Descuidados yazgáis o en torpe olvido?
O acaso, echando a la ignominia el sello
Daréis al yugo el indomado cuello?”

Los convocados a esta lucha son exclusivamente los españoles, “sucesión valiente / De Pizarro y Almagro”.

En esta proclama bélica que estamos glosando, la América del Sur llega hasta el extremo de exigir a los patriotas un sacrificio numantino:

“…Caigan deshechos
Y a cenizas y polvo reducidos
Templos y torres y robustos techos
Primero que rendidos
El mundo os vea al ambicioso isleño”.

La Plaza de la Victoria (frente al norte). C. H. Pellegrini.
Concluida la soflama, la ciudad se apresta diligente a su defensa y la llegada del enemigo resulta inminente:

“Ya doce mil guerreros
De mortíferos bronces precedidos
A las débiles puertas se abalanzan.
(…)
Ya sus columnas en la anchas calles
Intrépidas se lanzan”.

A este poderoso ejército inglés, se enfrenta una entusiasta fuerza de 9.000 milicianos, que el virrey Santiago de Liniers y el alcalde Martín de Álzaga habían logrado reunir. La lucha callejera fue encarnizada y con verbo grandilocuente y dramático Gallego describe así el combate:

“Trábase ya la desigual pelea
Y del fiero enemigo el paso ataja
Furioso el español; cruza silbando
El plomo; inexorable se recrea
Sus víctimas la Parca contemplando;
Crece la confusión; al cielo sube
El humo denso en pavorosa nube,
Y al bronco estruendo del cañón britano
Que muertes mil y destrucción vomita,
Impávido el esfuerzo castellano
Lluvias arroja de letal metralla”.

El desenlace de la batalla es la clara derrota de las tropas inglesas y la humillante rendición impuesta a su comandante Whitelocke por el virrey Liniers:

“Muéstrase entonces el caudillo ibero
Al britano, que atónito enmudece,
Y de la salva América las playas
Dejar le ordena: el anglo le obedece”.

En su poema, Gallego atribuye indistintamente la victoria a los “españoles”, “castellanos” o “iberos”, a quienes identifica como el pueblo americano:

“América triunfó. ¿No veis cuál brilla
Tremolado en su diestra el estandarte
De las excelsas torres de Castilla?”

Desde luego, Lista y Gallego mostraron en sendas composiciones poéticas un evidente desconocimiento de las causas de fondo que motivaron la entusiasta defensa popular de Buenos Aires. Ya no se trataba de patriotismo español, si no de aspiraciones independentistas criollas.

Para nuestros autores, el glorioso episodio bélico suponía una poética reparación de la derrota de Trafalgar acaecida unos años antes contra el mismo enemigo. De hecho, los poemas que acabamos de considerar continuaban una línea temática iniciada en la poesía española a raíz de dicha batalla naval. Quintana, Moratín, Arriaza, Sánchez Barbero, etc. ya habían dedicado, en efecto, poemas a Trafalgar, iniciando así un venero de donde manará, posteriormente, la poesía patriótica de la Guerra de la Independencia.

Los poemas aquí considerados se inscriben en esta tradición de poesía patriótica y constituyen un ejemplo notable de literatura prerromántica española. La métrica general de ambos poemas sigue un patrón claramente neoclásico, en el que el ritmo se basa en el acento del verso y la rima queda relegada a un segundo plano. En ambos casos, se recurre además a hipérbatos y paralelismos gramaticales para dar un efecto de pulimento escultural al verso.

Así, en sendos poemas, encontramos abundantes ejemplos de esta sonoridad neoclásica, como en la siguiente estrofa de Gallego:

“Mas el valiente ibero
Ni el ruido escucha ni el estrago atiende;
Que en almas grandes, que el honor enciende,
Más alto el grito de la patria suena”.


[i] Cita extraída de los partes de Liniers respecto de la creación de milicias urbanas para la defensa de Buenos Aires: