24 de septiembre de 2011

El chiplichandle de Zunzunegui


Juan Antonio de Zunzunegui en 1950.
Acabo de leer, en una vieja edición de la colección Austral de Espasa-Calpe, la segunda novela del vizcaíno Juan Antonio de Zunzunegui y Loredo (1901-1982), un relato irregular y cargado de densa literatura que se presenta con el extraño título de El chiplichandle (acción picaresca) (1940).

Según se aclara en una nota preliminar, el término “chiplichandle” es derivación popular del inglés ship-chandler, proveedor de buques, y en nuestra novela designa la profesión principal del pícaro protagonista Joselín.

Ya desde la elección de su título, la novela muestra abiertamente sus luces y sus sombras: un localismo extremadamente realista, a veces ininteligible para el lector ajeno al mundo retratado, y una voluntad de estilo y creación lingüística de profundo calado literario. Ambas cualidades, no incompatibles entre sí, predominan en esta sobresaliente y poco conocida novela de Zunzunegui.

Pero comencemos por el principio. He llegado hasta este autor incitado por un comentario escasamente favorable recogido en la Historia de la literatura española de la editorial Ariel. En efecto, en el tomo de esta historia dedicado al siglo XX, el autor Gerald G. Brown califica a Zunzunegui de militante falangista y autor de relatos “de estilo muy zafio y pobre imaginación sicológica aunque de cierta fuerza realista en sus escenas”.

¡Un autor de ideología falangista, zafio estilo, escasa penetración psicológica y crudo realismo! ¡Qué tremendas descalificaciones, a cual de ellas más horrible! Desde que leí este breve comentario de la obra de Zunzunegui, no pude evitar sentir la tentación de asomarme, bien que con las debidas precauciones, a tan abominable obra literaria.

En casos de sanciones críticas tan severas, abogamos siempre en este blog por hacer caso omiso de tópicos prejuicios y acudir a la lectura de los textos sin valoraciones preconcebidas. En esta revisión personal de nuestros autores, la riqueza de nuestra literatura siempre podrá depararnos gozosos descubrimientos y nuestra valoración particular como lectores directos de una obra podrá reparar injustas descalificaciones y lamentables olvidos.

Zunzunegui, desde luego, militó en la corte literaria falangista, al igual que otros grandes prosistas de nuestras letras, hoy, a veces, injustamente preteridos: Rafael Sánchez Mazas, Gonzalo Torrente Ballester, Álvaro Cunqueiro, Eugenio Montes, Agustín de Foxá, Rafael García Serrano, César González Ruano, etc.

Sin embargo, El chiplichandle no es primordialmente una novela de tesis política, ni se desarrolla en ella alegato alguno pro falangista. Conviene aclarar, a este respecto, que El chiplichandle fue escrito en el período 1932-1935, aunque la novela sería publicada en 1941 con posterioridad a la Guerra civil. Por lo tanto, la gestación de esta novela coincide cronológicamente con el nacimiento de la Falange en 1933 y es ajena al maniqueísmo de la literatura del conflicto bélico posterior.

El chiplichandle es la segunda narración extensa del autor, que ya antes de la contienda civil había publicado su primera novela, Chiripi (1931), con prólogo de Miguel de Unamuno (1864-1936). Entre ambas novelas, Zunzunegui publicó Tres en una (1935), colección de relatos cortos sobre la ría de Bilbao.

Con su característica inclinación hacia el lenguaje marinero, Zunzunegui dividía la “flota” de sus libros en tres clases de navíos: "de gran tonelaje", "de pequeño tonelaje" y "embarcaciones auxiliares". Al primero de estos grupos corresponde El chiplichandle, novela extensa dividida en cinco capítulos, llamados aquí, con la jerga marina, “singladuras”.

La obra versa, fundamentalmente, sobre un tema recurrente en el mundo narrativo de Zunzunegui: su Portugalete natal, el abra de su puerto y, por extensión, la ría bilbaína. Fueron tres las novelas portugalujas del autor: El chiplichandle (1940) y El barco de la muerte (1945) y La úlcera (1948), aunque el ambiente marino estuvo también presente en otras obras suyas.
La novela se subtitula “acción picaresca” y, en efecto, en ella se narran las andanzas del pícaro proveedor de buques Joselín desde sus comienzos como ship-chandler durante la Primera Guerra  Mundial (1914-1918) hasta su encumbramiento político como gobernador civil de Soria durante el Bienio radical-cedista (1934-1936).

La narrativa de Zunzunegui fue muy proclive a la crítica social con protagonista picaresco: así, por ejemplo, ocurre con el Cotufas en La vida como es y en otras obras también con personajes de los bajos fondos.

La prosa de Zunzunegui se nos presenta en El chiplichandle con una singular textura en la que se combinan una serie de rasgos característicos del estilo del autor.

Un aspecto visual de la página que, a veces, recuerda los experimentos vanguardistas con frecuentes cambios de tipografía y reproducciones de: tarjetas de visita, anuncios de prensa, jeroglíficos, figuras, etiquetas, letreros, listados, censos, etc.

A esta impresión plástica de collage, contribuyen, también, las numerosas y variadas citas poéticas de: Góngora, Rubén Darío, Santos Chocano, Antonio Machado, Alberti, Jorge Guillén, Shelley, Valéry, Mallarmé, Baudelaire, el romancero clásico, zorzicos en euskera,  etc.

A propósito de la cita de Shelley, ¡qué hermosos párrafos dedica Zunzunegui a narrar la incineración del cuerpo del poeta a cargo de Lord Byron y Edward Trelawny!

En el lenguaje de Zunzunegui florecen abundantes neologismos por adopción de términos coloquiales o derivación léxica: “…apura la copa de benedictino hasta las escurrimbres; “El mar y los montes devuelven, ecoicamente, al reloj de la iglesia tres campanadas”; en cuanto atracaba un barco con carbón en el puerto “era merodeado de botecillos y chanelas”; el monte Serantes “surgió a sotavento, engorguerado de niebla”; etc.

La riqueza de su lenguaje persigue la concisión, la precisión y el impacto poético. Así, por ejemplo, para señalar el umbral o la entrada, se refiere a “el lindar de las tabernas”; para indicar que llovía mansamente, observa que orvallaba mollino

Su tendencia a la frase concisa y densa de sentido fructifica en frecuentes aforismos líricos con rápidas pinceladas descriptivas en las que se asocian sugestivamente imágenes distintas: “La lluvia encarcela el paisaje entre móviles barrotes”; “Pasa una avioneta crucificando la mañana”; ”; “El sol pone ya su delantal de sombra a la plaza”; “Las gaviotas movían su torpeza palmípeda en el aire pulcro”; “El bote cortaba en acuática cirugía el cuerpo, siempre joven, del mar”; “Los cohetes colgaban del pecho del cielo fugaces gaiterías”; “El faro de punta Galea hablaba, en su giratorio idioma, a las sombras”; la mañana comienza “cuando los escritorios abren sus bocas sanas enseñando los dientes de sus máquinas de escribir”; etc.

Son fulgurantes fucilazos expresivos que, inevitablemente, recuerdan las greguerías de Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), aunque, sin duda, en el caso de Zunzunegui, la raíz literaria de estas imágenes habrá que encontrarla en Francisco de Quevedo (1580-1645) y otros conceptistas del Barroco literario español.

Las descripciones de paisajes y ambientes se reducen a telegráficos apuntes líricos, en los que a Zunzunegui interesa siempre destacar los matices de la luz y el aire: “La mañana trae ya sobre su grupa finos aires”; “El horizonte devolvía alimonados temblores”; etc.

La observación de Zunzunegui es aún más delicada en la captación de los matices del mar: “El cielo era sobre el Abra de un azul tenso, y las aguas repetían este azul con una tozudez de espejo”, etc.

La descripción física de los personajes nunca es detallada al modo realista sino que se concentra, igualmente, en la rápida apreciación de un rasgo característico. Así, Zunzunegui muestra en un veloz apunte la sensualidad de la camarera Flora, mientras ésta sirve mesas en la taberna de Ramón: “Flora adelanta el cuerpo bajo un cuchillo de estupores y en él los pechos, bocinas del sexo, tiene el tamaño de las mandarinas”.

La caracterización de la “elástica arquitectura” de Flora, inevitablemente, en la prosa de Zunzunegui deriva hacia la ágil y atrevida metáfora: “Ojos furvos, frescos y densos; boca exacta, sólida y jugosa. Los besos más atrevidos, los besos más audaces, descansan en esta boca, como en una alcándara los halcones. Para robarlos se precisa una habilidad de cetrero”.