22 de mayo de 2012

Influjo de amor en la corte indiana

Tomás de Iriarte.
Hagamos un viaje de ida y vuelta a México a bordo de dos hermanados sonetos neoclásicos, uno de ellos obra del tinerfeño Tomás de Iriarte (1750-1791) y otro a cargo del michoacano Manuel Martínez de Navarrete (1768-1809) con aquellos famosos versos que dicen: “Célebres calles de la corte indiana, / grandes plazas, soberbios edificios, / templos de milagrosos frontispicios”… 

Nos embarcaremos, primero, rumbo al México virreinal junto con el insigne conquense Alonso Núñez de Haro y Peralta (1729-1800). [i]

Ilustrado de exquisita educación y vasta cultura, Núñez de Haro desarrolló una importante carrera eclesiástica y académica, favorecido por la protección del papa Benedicto XIV y del rey Fernando VI.

Alonso Núñez de Haro.
Como culminación de esta carrera, fue designado arzobispo de México en 1772 a propuesta del rey Carlos III y, durante un breve período de escasos meses, llegó incluso a ocupar interinamente el cargo de virrey de Nueva España en 1787.

Durante su arzobispado, se distinguió por sus desvelos en educación y obras benéficas: fundó el Hospital de San Andrés, el Asilo de Niños Expósitos, el Convento de Capuchinas, el Seminario de Tepozotlán… Asimismo, dejó su huella en la arquitectura mejicana, impulsando las obras de la Catedral Metropolitana de México y la terminación de la Capilla del Pocito en Guadalupe.

Como prelado, publicó en México diversos sermones, cartas pastorales y constituciones religiosas. A su muerte, se editaron en Madrid los tres volúmenes de sus Sermones escogidos, pláticas espirituales privadas y dos pastorales (1806-1807).

Catedral de México.
Pero volvamos a la embarcación que habrá de surcar los mares hasta la Nueva España mexicana. Tras su nombramiento como arzobispo  de México, Núñez de Haro partió desde Cádiz con rumbo a Veracruz el 28 de mayo de 1772 llevando para su servicio un numeroso séquito de pajes, secretarios, tesoreros, fiscales, cocineros, ayudas de cámara, capellanes, etc. [ii]

Este momento crucial en la vida de Núñez de Haro fue glosado en unas anónimas “Liras”, dedicadas a nuestro arzobispo en un homenaje póstumo: [iii]

“Gozaba retirado
Quietos laureles en su edad temprana,
Cuando se vio ensalzado
Núñez de Haro a la Mitra Mexicana;
Y a frente de los riesgos, que preveía,
Con generoso pecho así decía:

Venid enhorabuena,
Borrascas, tempestades, monstruos crueles,
Mi paz quieta y serena
Renuncio, y mis pacíficos laureles,
Por abrazar peligros. ¿Y qué importa?
Sólo el poder ser útil me conforta”.

Zócalo de México.
Bueno, entremezclados con la comitiva de ayudantes que acompañaba al flamante arzobispo, ya hemos arribado a nuestro destino. 

Siempre he pensado que la impresión que debió causarle a Núñez de Haro su entrada en la ciudad de México podría expresarse con los cuartetos iniciales del famoso soneto “Influjo del amor” del poeta mexicano Manuel Martínez de Navarrete:

“Célebres calles de la corte indiana,
grandes plazas, soberbios edificios,
templos de milagrosos frontispicios,
elevados torreones de arte ufana,

altos palacios de la gloria humana,
fuentes de primorosos artificios,
chapiteles, pirámides, hospicios,
que arguyen la grandeza americana:

¡Oh México!, sin duda yo gozara del gusto
que me brinda tu grandeza,
si causa superior no lo estorbara.

De tu suelo me arranca con presteza
el suave influjo de la dulce cara
de una agraciada rústica belleza”.

Interior de la Catedral de México.
Martínez de Navarrete, el último gran poeta mexicano del virreinato, fue fraile franciscano que dio a conocer sus versos en la prensa mexicana de la época, firmando habitualmente con las iniciales F. M. N. = Fray Manuel Navarrete.

Años después de su muerte, se reunieron tanto sus poemas publicados de manera dispersa como sus obras inéditas en los dos volúmenes de los Entretenimientos poéticos del P. F. Manuel Navarrete (1823).

En su obra poética se mostró seguidor del estilo prerromántico de los poetas españoles contemporáneos Quintana, Cienfuegos y Meléndez Valdés.

Vista aérea de Guadalupe.
Con un rico lenguaje y hábil dominio de variados metros, Martínez de Navarrete trató diversos temas: reflexiones filosóficas, descripciones de la naturaleza y, especialmente, sensuales y emotivas cuitas amorosas.

Abordó estos asuntos siempre con un característico estilo tierno, sentimental y delicado. En especial, brilló en la descripción de las delicias de la naturaleza y resulta inolvidable, a este respecto, su cándida y sensorial pintura de cómo amanece el día en “La mañana”:

“El ámbar de las flores ya se exhala
y suaviza la atmósfera; las plantas
reviven todas en el verde valle
con el jugo sutil que les discurre
por sus secretas delicadas venas”.

Vista de la Catedral. Theubet de Beauchamp.
En este mismo poema dedicado a “La mañana”, desarrolla Navarrete el recurrente tópico en su obra  del “menosprecio de corte, alabanza de aldea”. Así, tras presentarnos su idílica vida pastoril, el poeta nos formula esta pregunta:

“¿Y he de trocar entonces mi cabaña
aunque estrecha y humilde, por el grande
y soberbio palacio donde brilla
como el sol en su esfera un señor rico,
pisando alfombras con relieves de oro?”.

Baile popular mexicano.
El soneto “Influjo del amor” expone, precisamente, esta misma reiterada predilección por la sencilla cabaña a costa de las riquezas mundanas. En este caso, sin embargo, Navarrete introduce una notable variación: en lugar de hacer menosprecio de corte, Navarrete ensalza la belleza de ésta en términos abrumadores para mostrar así, de forma más impresionante, el poderoso influjo que ejerce sobre él la agraciada belleza de una rústica zagala.  

Este soneto es el primero de la extraordinaria serie de sonetos recogidos en los Entretenimientos poéticos de Navarrete y su título original dice así: “Influjo del amor imitando el artificio del primer soneto de Don Tomás de Iriarte”.

El Sagrario de México.
Hora es pues de embarcarnos de regreso para España a la búsqueda del aludido soneto del mencionado poeta canario.

Conocido, sobre todo, por la traducción de las  fábulas de Fedro, Tomás de Iriarte fue un interesante poeta dieciochesco de registro y temática variada. Iriarte dominó magistralmente la forma del soneto y de ello dio muestras en dos composiciones dedicadas al arte de hacer sonetos (el V y X de su serie de sonetos).

La mayoría de sus sonetos son de tono satírico y quizás sea su “Soneto I” el único amoroso de su producción:

“¡Fresca arboleda del jardín sombrío,
Clara fuente, sonoras avecillas,
Verde prado que esmaltas las orillas
Del celebrado y anchuroso río!

¡Grata Aurora, que viertes ya el rocío
Por entre nubes rojas y amarillas,
Bello horizonte de lejanas villas,
Aura blanda que templas el estío!

¡Oh, soledad! quien puede te posea:
Que yo gozara en tu apacible seno
El placer que otros ánimos recrea,

Si tu silencio y tu retiro ameno
Más viva no ofrecieran a mi idea
La imagen de la ingrata por quien peno”.

Plaza de Santo Domingo en México.
El soneto de Iriarte, al igual que el de su epígono Navarrete, presenta una impecable factura. Ambos sonetos están construidos, ciertamente, con arreglo a un mismo esquema expositivo y sintáctico. En ambos casos, en el primer terceto se resume todo lo descrito detalladamente en los cuartetos iniciales por medio de una invocación: “Oh, México”, “Oh, soledad”.

A continuación, ambos poetas se dirigen en segunda persona al concepto así evocado para lamentar su imposibilidad de permanencia en México o su incapacidad de disfrutar de la soledad en el campo. Ambos poemas utilizan la expresión “yo gozara” en este punto de su argumentación.

Capilla del Pocito en Guadalupe.
Sin embargo, pese a esta arquitectura paralela, la resolución del conflicto amoroso es diferente en el último terceto de estos sonetos. Mientras que Navarrete lamenta no poder disfrutar de la belleza de la corte y se despide de ésta arrastrado por el influjo de una rústica belleza, Iriarte, en cambio, se muestra incapaz de disfrutar del ameno retiro campestre porque éste trae a su memoria más vivamente el recuerdo de un amor no correspondido.

La suerte amorosa parece distinta en cada poema: en el soneto de Navarrete la belleza femenina se califica de suave, dulce y agraciada; en cambio, en el soneto de Iriarte, la amada resulta ingrata y causa penas al poeta.

Alonso Núñez de Haro.
En cualquier caso, ambos sonetos desarrollan, en suma, distintas variaciones del amor cortés en un fingido contexto de égloga pastoril, muy del gusto de la poesía dieciochesca.

En fin, de vuelta ya a esta vertiente continental de nuestra lengua común, damos por concluida nuestra singladura oceánica. Atrás hemos dejado al arzobispo Núñez de Haro, a quien inicialmente acompañamos hasta su corte indiana.

De nuestros dos sonetos hermanados, finalmente, podríamos decir como se afirmaba poéticamente de nuestro arzobispo en un homenaje póstumo: “Ya no cabe en la España su profundo / Saber; ya queda en lazos estrechado / Si su esfera no crece a un Nuevo Mundo”. [iv] 

Quedan pues ambos sonetos, uno del mexicano Navarrete y otro del español Iriarte, definitivamente, en lazos estrechados.


[i] Núñez de Haro nació en Villagarcía del Llano (Cuenca) de madre conquense (Quintanar del Rey) y padre albaceteño (Cenizate). La respuesta de esta última población al cuestionario del geógrafo Tomás López en 1786 indicaba lo siguiente: "También los padres y ascendientes del Señor arzobispo de Méjico son de este Lugar los que viven en Villa García de Cuenca, en donde a nacido dicho Señor arzobispo actual". 
[ii] Según documentación consultada por Pedro Joaquín García Moratalla en su estudio “Villagarcía a mediados del siglo XVIII”, 1998, página 180
[iii] “Relación de la fúnebre ceremonia y exequias del ilustrísimo y excelentísimo señor doctor Don Ildefonso Núñez de Haro y Peralta Arzobispo que fue de esta santa Iglesia Metropolitana de México” (1802): liras, página 48.
[iv] “Relación de la fúnebre ceremonia y exequias del ilustrísimo y excelentísimo señor doctor Don Ildefonso Núñez de Haro y Peralta Arzobispo que fue de esta santa Iglesia Metropolitana de México” (1802): soneto “Sin envidia su luz la reluciente”, página 44.