10 de julio de 2012

El viaje a Cuba de Salas y Quiroga en 1840

Retrato de caballero. Elbo Peñuelas, 1838.
Primer tomo de una proyectada serie de libros de viajes que no tuvo continuación, la descripción de Cuba a cargo del poeta romántico Jacinto de Salas y Quiroga (1813-1849) nos ofrece una encantadora y crítica estampa de la colonia trazada con exquisita prosa y sólidos argumentos liberales.

Tuvo el coruñés Salas y Quiroga una educación cosmopolita y viajera. Huérfano a temprana edad, hubo de continuar sus estudios lejos de su ciudad natal, al principio en Madrid y, posteriormente, en Burdeos.

Con 17 años, viajó a Suramérica y se estableció en Lima, donde escribió sus primeros versos. En 1832-1833 visitó Francia e Inglaterra, antes de regresar a Madrid, donde participó activamente en la vida literaria del romanticismo.

Así, colaboró con artículos y narrativa breve en prensa política y literaria de la época e incluso, en 1837, fundó la influyente revista No me olvides.

Publicó también un tomo de sus Poesías (1834), precedido de un prólogo que, a veces, se ha considerado como verdadero manifiesto del romanticismo español.

En este volumen de poesías, incluyó su drama en verso “Claudia”. Compuso en estos años, además, otras obras para la escena como la comedia “Stradella”, el drama en verso “El Spagnoleto” y el drama traducido del francés “Luisa”.

Dio a la imprenta, asimismo, diversos estudios de historia, opúsculos políticos y relatos costumbristas de corte romántico. En 1848, un año antes de su temprana muerte, publicó su novela costumbrista El Dios del siglo.
José Zorrilla (1817-1893) dedicó unos conocidos versos “A don Jacinto de Salas y Quiroga”:

“Es el poeta en su misión de hierro,
Sobre el sucio pantano de la vida
Blanca flor, que del tallo desprendida
Arrastra por el suelo el huracán…”

En mitad del período madrileño final de su biografía, Salas y Quiroga viajó a Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba a lo largo de los años 1839-1840. A su regreso, ya en Madrid, publicaría el primer tomo de los Viajes de D. Jacinto de Salas y Quiroga (1840), que estaría dedicado a la “Isla de Cuba”. No tengo noticia de la publicación de más tomos correspondientes a esta proyectada serie de libros de viajes.

Ignoro los motivos del viaje que llevó a nuestro autor desde Cádiz a Puerto Rico y, a continuación, Cuba. En su crónica de viajes, Salas y Quiroga alude en dramáticos términos a su ánimo y circunstancias personales antes de pisar suelo cubano:

“Harto ya de una vida de agonía, suspirando al ver, barridas por el huracán, mis más dulces ilusiones, oprimido bajo el peso de las desgracias de mi patria y de mi familia, yo llevaba otra vez a América un corazón lastimado por el sufrimiento y una imaginación embotada por el engaño de la realidad”.

Algunas referencias a las causas de sus convulsos sentimientos y azarosa vida encontramos unas líneas más adelante. Así, en alusión a la Primera Guerra Carlista (1833-1840), se pregunta torturado:

“…¿por qué, ínterin tus hermanos se desgarran, ínterin tu patria yace bajo el yugo de una guerra de Caines, por qué llevas tú tu brazo a extraños climas?... No fuera mejor emplear tu pujanza…”.

Ante este atormentador dilema, opta por mantenerse en su oposición al fanatismo bélico tanto de carlistas como de liberales exaltados:

“…¿en qué, Dios mío?,  me respondía yo a mi mismo. ¿Por ventura sé yo lo que quieren mis hermanos?...¿Por ventura sabe alguien por quién lucha?... ¿Combaten divididos los españoles por un rey o por un principio? ¿Lo saben ellos, lo sabe el mundo?... Todos los ignoran. ¿No llegará el día, tal vez, en que confundidos unos y otros, lloren entrambos tanta sangre inútilmente derramada?”.

Circunstancias personales y políticas al margen, Salas y Quiroga formula en el prólogo a sus Viajes esta prometedora declaración de intenciones:

“Me propongo publicar, en una serie de tomos, la relación de los viajes en que llevo gastados los más floridos años de mi vida. (…) Dolores y placeres  me han ocasionado tantos y tan distintos viajes; sólo los placeres quisiera transmitir a mis lectores”.

Y, en efecto, Salas y Quiroga desarrolla a continuación un ameno, curioso y delicado cuadro de la Cuba colonial. El comienzo del primer capítulo, en este sentido, no podría ser más sugestivo:

“El 25 de noviembre de 1839, al crepúsculo de la mañana, la fragata española “Rosa” se hallaba suavemente mecida por un soplo de viento perfumado, a la vista de La Habana…”.

Desde la embocadura del puerto, iniciamos así un recorrido por la isla, dividido en 35 capítulos que tratarán de los más diversos aspectos de la colonia: usos y costumbres, economía y gobierno, naturaleza y arte, etc.

No faltan, desde luego, en este Viaje las detalladas descripciones de La Habana y de sus lugares y edificios más notables como su puerto, su catedral, el Convento de San Francisco, el Castillo del Morro, la Cabaña, el paseo de Tacón, el Templete, etc.
Salas y Quiroga ofrece, además, sabrosas observaciones al paso de su conocimiento de la ciudad. Así, al respecto de La Habana, nos señala:

“Las calles no son muy anchas, cual fuera necesario en un país de tanta concurrencia y en que no es posible vivir sin el auxilio de la bienhechora brisa. (…) El forastero, ignorante de los usos del país, o poco acomodado para sostener un carruaje o curioso y observador, que discurre por aquellas calles, se ve casi solo, sin encontrar más que hombres de color, ocupados en sus faenas, y muchedumbre infinita de quitrines (carruajes del país) que embaracen su marcha”.